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Verdades que duelen
La trama de una novela solo avanza con un buen villano

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CHECKLIST DEL VILLANO
Crea antagonistas memorables siguiendo esta guía gratuita


Toda historia necesita un conflicto, y por tanto, un villano. Pero a veces el mal no se sostiene solo en una figura principal: existen otros personajes que lo amplifican, lo justifican o lo ejecutan.
Son los villanos secundarios —los engranajes invisibles que hacen posible que el gran antagonista funcione.
El error más común de los escritores noveles es pensar que solo hay un tipo de mal en la historia. Sin embargo, las mejores narrativas están llenas de capas de antagonismo, de personajes que representan diferentes rostros del conflicto.
El villano principal encarna la idea, pero los secundarios le dan cuerpo, matices y estructura narrativa.
En mi novela reciente, Enlace en las sombras, existe 8 un androide parásito que quiere doblegar a la humanidad bajo su poder para así poder satisfacer el objetivo por el que fue creado: hacer que la humanidad no sufriera tristeza. Cree que bajo su control, la humanidad no sufrirá y para lograrlo hará lo que haga falta.
Pero si Noar, mi héroe, se enfrentara de buenas a primeras a 8, a parte que la trilogía se volvería una novelita de nada, el público no se creería que un don-nadie como Noar llegaría a tener tanta suerte que podría vencer a un androide parásito a la primera de cambio.
Para ello Noar se irá encontrando a malvados villanos que iran creciendo en maldad y poder a medida que la trama avanza. Primero la capitana Talavera, luego la teniente Esdrova y muchos otros…
El villano secundario no busca protagonismo, pero sin él la trama perdería tensión.
Es el brazo ejecutor, el cómplice fiel o el eco moral del villano principal.
Mientras el antagonista mayor diseña el plan, el secundario lo mantiene vivo.
En guion, solemos distinguir tres tipos:
Cada uno cumple una función dramática distinta: mantener la amenaza viva, multiplicar los conflictos y mostrar que el mal no es una persona, sino una estructura.
Aquí es donde suelen confundirse los conceptos.
Piénsalo así:
El villano colectivo es una masa; el secundario, un rostro dentro de esa masa.
El primero representa el concepto; el segundo, la consecuencia humana.
Los villanos secundarios no son simples comparsas: sirven para reforzar el conflicto temático y multiplicar la tensión.
Algunas de sus funciones más potentes:
No lo trates como un extra.
Pregúntate: ¿qué gana siguiendo al villano principal? ¿Miedo, dinero, fe, admiración?
El subordinado sin razón se siente vacío; el que tiene una motivación propia se vuelve creíble.
No basta con la jerarquía. Crea entre ellos una relación de dependencia, respeto o rivalidad.
Ejemplo: Harley Quinn y Joker; Darth Vader y el Emperador.
El villano secundario puede tener su propio mini arco narrativo:
un gesto de duda, una traición, una redención imposible.
Ese matiz lo convierte en personaje, no en herramienta.
Cuantos más secundarios tenga el villano, más grande parece su dominio.
Esa es la clave para que el mal parezca una red, no un individuo aislado.
Aquí es donde el concepto se funde con el villano colectivo:
el secundario es la célula individual dentro del organismo maligno.
Cada uno representa una forma de ceder ante la corrupción:
el que obedece sin pensar, el que disfruta del poder, el que teme desobedecer.
El escritor que domina esta escala —del individuo al sistema— consigue historias más realistas y profundas, donde el mal no depende de un solo rostro, sino de un conjunto de decisiones humanas.
El villano principal da forma al conflicto, pero los villanos secundarios le dan alma, ruido y consecuencias.
Sin ellos, la historia sería demasiado simple; con ellos, el mal se vuelve orgánico, inevitable.
“El mal no necesita líderes, solo gente dispuesta a seguir órdenes.”
— Carles Gòdia
Y esa frase, más que una advertencia, es un recordatorio para todo escritor:
si quieres crear antagonistas memorables, escribe también a sus sombras.