
Hay algo inquietante en pensar que el mal nunca muere del todo. Puedes destruir al villano, quemar su guarida y hasta hacerle un funeral con violines épicos, pero de alguna forma, su sombra sigue ahí, respirando en otros personajes.
A veces en sus discípulos, otras en sus ideas, y las peores… en las buenas intenciones de los que intentan continuar su “obra”.
En guion llamamos a esto el legado del villano: la huella que deja el mal cuando su creador ya no está para mantenerla viva. Es el eco de la corrupción, la tentación de repetir los errores del maestro. Porque si algo sabe el mal es delegar.
El villano no muere, se reproduce
Un buen antagonista siempre prepara su relevo, aunque no lo admita. No es casualidad: el villano inteligente no quiere ganar solo, quiere que su forma de ver el mundo sobreviva.
Es como esos profesores tóxicos que creen que sus métodos son infalibles: se jubilan, pero dejan una generación de alumnos traumados que repiten su sistema sin cuestionarlo.
En narrativa pasa lo mismo. Matas al maestro y aparece el aprendiz. Aplastas la organización y surge una facción más fanática. Lo vemos constantemente en sagas largas, porque es una de las mejores formas de mantener el conflicto sin reciclar villanos.
“Matas al villano, pero no a su discurso. Y el discurso, amigo mío, es inmortal.”
— Carles Gòdia
De discípulo a sucesor: cuando el mal hereda el trono
En Star Wars, la idea de herencia del mal es casi genética. Del Emperador a Vader, de Vader a Kylo Ren: un linaje oscuro que combina trauma, admiración y rebeldía. Cada generación de villanos cree que va a hacerlo mejor que la anterior, y termina igual o peor.
Es el equivalente narrativo de esas familias que juran no repetir los errores de sus padres mientras instalan los mismos muebles y las mismas neurosis.
La redención de Vader no detiene la oscuridad; solo la transforma. Kylo Ren no es su copia, sino su reinterpretación: el fanático que idolatra un ideal sin entenderlo.
Y ahí está la clave: el legado del mal no consiste en imitar, sino en perpetuar la idea corrompida bajo nuevas máscaras.
Los discípulos del villano no aprenden, copian
Un villano puede ser un maestro brillante o un pésimo pedagogo. Pero la mayoría lo es sin querer.
Sauron no enseñó a sus orcos a odiar la luz; simplemente los deformó hasta que no pudieron soportarla. El Joker no instruye, contagia. Y Voldemort no busca seguidores, busca horrores que se le parezcan.
El discípulo del mal rara vez entiende la esencia de su mentor. Lo que hereda no es sabiduría, sino trauma. Por eso sus intentos de continuar el legado suelen ser versiones más grotescas y torpes. En el fondo, el legado del villano funciona como un rumor: se distorsiona con cada generación, pero el mensaje persiste.
Cuando el mal se institucionaliza
El legado más peligroso no es el heredado por discípulos, sino por estructuras.
Cuando el mal deja de tener un rostro y se convierte en sistema, el villano gana incluso muerto.
Las dictaduras, las corporaciones corruptas, las religiones fanáticas… todas comparten el mismo principio narrativo: el villano muere, pero sus ideas consiguen oficina.
En ficción, eso se traduce en antagonismos más complejos. No luchas contra un individuo, sino contra su herencia ideológica. En V de Vendetta, por ejemplo, el sistema autoritario que se levanta tras el caos es la sombra prolongada de los viejos tiranos. No queda el hombre, pero sí el mecanismo.
Y lo fascinante es que, a veces, el héroe también se ve tentado a continuar esa herencia.
Porque la línea entre castigar al mal y repetir sus métodos es tan fina como el ego del protagonista.
El villano que inspira por error
No todos los legados son planificados. Algunos villanos dejan discípulos sin querer, por pura admiración mal entendida.
En El Caballero Oscuro, el Joker se enorgullece de “mostrar la locura” a la ciudad. Y lo logra tanto, que cuando desaparece, Gotham sigue ardiendo sin su ayuda.
Ese es el verdadero triunfo del mal: haber convencido al resto de que ya no necesita supervisión.
La semilla del caos germina sola. Los villanos realmente poderosos no necesitan herederos: necesitan ideas contagiosas. Y esas ideas son imposibles de matar.
Escribir el legado del mal (sin convertirlo en secuela barata)
Narrativamente, el legado es una oportunidad para ampliar el mundo sin traicionar la historia original.
Si vas a escribir un sucesor del villano, no lo hagas un clon. Hazlo distinto, deformado, incluso patético.
Un discípulo que intenta estar a la altura de su maestro suele fracasar, y en ese fracaso hay verdad dramática.
En mi próxima novela Enlace remoto, 9, la secuela de 8 es un villano completamente diferente, otras aptitudes y valores. ¿Para qué? Pues para crear otra historia muy diferente a la primera y así no crear una secuela barata para rellenar el expediente.
El nuevo villano puede admirar, odiar o incluso amar al anterior. Pero debe enfrentarse a algo más profundo: la imposibilidad de escapar de su sombra.
Esa lucha interna —heredar el poder sin repetir el error— es un motor narrativo brutal.
Y si todo esto te suena a la vida real, no pasa nada. A veces, los villanos de ficción solo exageran los de verdad.
“El mal no se hereda, se contagia. Por eso es tan difícil erradicarlo.”
— Carles Gòdia
