Durante siglos, la literatura y el cine se empeñaron en asignar el mal a los hombres. El diablo tenía cuernos, barba y voz grave. El mal era cosa de espadas, guerras, imperios y testosterona narrativa.
Hasta que ellas llegaron.

Las villanas no nacen del mismo barro que sus contrapartes masculinos. El villano clásico suele querer dominar el mundo; la villana, en cambio, quiere controlarlo desde dentro.
No necesita tronos, necesita influencia. Y eso, en muchos casos, la hace infinitamente más peligrosa.
El mal femenino no ruge, susurra.
La raíz del arquetipo: del mito a la pantalla
Antes de Maléfica o Cersei Lannister, ya existían las diosas y demonios femeninos. Lilith, la primera rebelde bíblica, fue expulsada no por matar, sino por negarse a obedecer. Medea, en la mitología griega, no busca poder político, sino venganza emocional: traicionada por Jasón, mata a sus hijos porque no puede matar el dolor.
¿Y qué aprendimos de esas historias? Que el mal femenino suele nacer del desdén y la humillación, no de la ambición abstracta. Mientras el villano masculino quiere imponer orden al caos, la villana quiere venganza contra ese orden que la ha oprimido.
Lo diré claro: la mayoría de villanas no buscan destruir el mundo; solo quieren que el mundo sienta lo que ellas sintieron.
El poder femenino se mueve en silencio

El villano masculino tiende a ser visible. Le gustan los discursos, las tropas, las banderas y las explosiones. El femenino, en cambio, trabaja desde la sombra. No conquista, seduce. No impone, te convence. Y cuando por fin te das cuenta, ya llevas su marca en la mente.
Piensa en Cersei Lannister (Juego de Tronos): no tiene dragones ni espada, pero manipula a reyes, generales y sacerdotes con una copa de vino y una sonrisa.
O en Lady Macbeth, que no mata a nadie directamente, pero empuja a su marido a la locura y la sangre con una sola frase:
“¿Eres hombre?”
El mal femenino tiene otro tono. No necesita el golpe, necesita la grieta. Mientras el villano destruye ciudades, la villana destruye conciencias.
El estigma del poder femenino
Durante siglos, el mal femenino fue castigado con el fuego. Las brujas fueron las primeras villanas culturales: mujeres sabias, solitarias, con poder y sin permiso. La sociedad necesitó convertirlas en monstruos para justificar su miedo.
En el fondo, el arquetipo de la villana nace del pánico colectivo a la autonomía femenina.
Una mujer libre, con deseo, inteligencia o ambición, debía ser sospechosa.
Y si además no necesitaba un hombre, entonces era peligrosa.
De ahí nacen figuras como la femme fatale del cine negro: mujeres como Phyllis Dietrichson (Perdición) o Catherine Tramell (Instinto Básico), que usan el sexo y la inteligencia como armas. Ellas no son malvadas porque maten: lo son porque no obedecen.
Y eso, narrativamente, es oro puro.
El mal emocional vs. el mal estructural
Una diferencia clave entre el arquetipo masculino y el femenino es la naturaleza del conflicto. El villano masculino suele representar el mal estructural: corrupción, poder político, conquista. El femenino, en cambio, encarna el mal emocional: traición, rechazo, abandono, dolor.
Mientras el hombre destruye para gobernar, la mujer destruye para sanar su herida. Es un mal más íntimo, más psicológico y, en muchos casos, más humano.
Ejemplo claro: Cisne Negro.
La protagonista no lucha por el poder, sino contra sí misma. Su villana interior —la perfección, la autoexigencia, la locura— es femenina en su forma de castigo: sutil, silenciosa, obsesiva.
La villana empática: el nuevo paradigma
La ficción contemporánea ha empezado a reivindicar a las villanas como protagonistas. No son simples obstáculos, sino espejos oscuros del héroe. Y muchas veces, más coherentes que él.
Maléfica es un gran ejemplo. Disney decidió revisitar su historia y mostrarnos que su maldad venía del trauma, de una traición brutal. Lo que antes era “la bruja mala del bosque”, ahora es una mujer herida que busca justicia a su manera.
La villana moderna no quiere ser buena: quiere ser comprendida. Y ahí reside su fuerza.
Ya no se construye desde la caricatura, sino desde el conflicto interno. El público, cansado de héroes perfectos, se siente más identificado con quien cae por exceso de emoción que con quien vence por virtud.
El cuerpo como territorio narrativo

Otra diferencia entre el mal masculino y el femenino está en el cuerpo. El cuerpo del villano suele ser instrumento (músculo, fuerza, acción). El de la villana, en cambio, es campo de batalla. Es juzgado, deseado, castigado o explotado.
Las villanas son conscientes de ello y lo usan.
Harley Quinn, por ejemplo, convierte su estética —ropa, maquillaje, locura— en un arma de subversión.
Su cuerpo, antes objeto del Joker, se transforma en una declaración de independencia.
Y en el extremo opuesto está Annie Wilkes (Misery), que no necesita seducción ni belleza para imponer terror.
Su poder proviene de lo doméstico, de la falsa ternura.
El horror surge de lo cotidiano, del contraste entre cuidado y control.
“El cuerpo de la villana no busca gustar, busca ser recordado.”
— Carles Gòdia
Las villanas del poder absoluto
Hay villanas que no son espejo de nadie, sino eje del mundo.
Reinas, líderes, matriarcas, jefas frías.
Su maldad no es pasión, es gestión.
Miranda Priestly (El diablo viste de Prada) es un caso perfecto: su crueldad está normalizada.
No mata, pero arrasa moralmente.
Su mirada define el poder moderno: exigencia sin empatía, elegancia sin culpa.
Y luego está Dolores Umbridge, ese villano en rosa que da más miedo que Voldemort.
¿Por qué? Porque representa el poder burocrático, el mal “correcto”, el que sonríe mientras arruina vidas.
La villana institucional. La que cumple las normas mientras las usa como látigo.
La maternidad oscura

Pocas cosas incomodan tanto como una madre malvada. La sociedad asume que la maternidad debe ser sagrada, así que cuando una villana la corrompe, el impacto es brutal.
Margaret White (Carrie) es la madre fanática que destruye en nombre del amor.
La Reina de Corazones grita “¡Que le corten la cabeza!” con la naturalidad de quien pide té.
Y en Hereditary, el miedo nace de lo familiar: la transmisión del trauma entre generaciones.
La maternidad, en el arquetipo femenino del mal, no siempre protege; a veces devora.
En la novela que escribí: Enlace al Poder, el mal reside precisamente ahí y es donde duele. Donde el lector siente que todo se desmorona.
El humor y la ironía: el toque humano de las villanas
Las grandes villanas saben reírse, incluso de su propia tragedia. Eso las hace más reales, más impredecibles. Cruella de Vil no es solo maldad caricaturesca: es la exageración del ego, la risa que disfraza la locura.
Una villana con humor es peligrosa, porque el humor desarma. Y como escritora, te da oro: puedes usar la ironía para contraponer crueldad y elegancia en la misma línea.
El humor en la villana no aligera, acentúa. Hace que su maldad parezca sofisticada, casi inevitable.
En mis obras de teatro, la mala es la suegra. Y aunque eso caiga en los típicos clichés, funciona. La villana suegra mueve los hilos por detrás de la obra y hace que avance a un ritmo frenético y el público no pare de reír sabiendo lo que ella trama y lo que acontece después.
Cómo escribir una villana memorable
- Dale motivación emocional. No basta con que odie el mundo. Haz que su maldad tenga raíz y sentido.
- Cuida su voz. El lenguaje de una villana no es el del villano. Ella manipula con ritmo, con pausa, con sutileza.
- Evita el cliché sexual. No conviertas su poder en erotismo gratuito. Si usa la seducción, que sea herramienta, no esencia.
- Dale espacio para tener razón. Los mejores antagonistas femeninos suelen decir verdades incómodas.
- Haz que inspire. Una buena villana deja eco. Incluso quien la odia, la entiende.
El futuro del mal femenino
Cada vez más, las historias están entendiendo que el mal no tiene género, pero sí matices.
La villana contemporánea ya no es castigo, es espejo. Representa la inteligencia, el resentimiento, la ironía, el deseo reprimido. Y, sobre todo, la complejidad emocional que el villano masculino a menudo no puede permitirse.
El mal femenino no grita: te convence.
No destruye por ambición: destruye porque el mundo la subestimó. Y cuando se levanta, no lo hace para ser reina… lo hace para que no vuelva a haber tronos.
“El mal no tiene género, pero sí tono. Y el tono de la villana es el del susurro que no olvidas.”
— Carles Gòdia
